(Escrito el 24 de julio de 2013…)
HAY QUE DECIRLO.- Entre las 04:30 y 05:00 horas, se escuchaba en casa el canto del gallo, de inmediato, el gallo vecino hacia lo propio, otro más allá y, el ambiente del amanecer se llenaba de esas voces gallináceas que plagaban cada hogar en el viejo Mante. – Infalible despertador para nuestros viejos, abuelos y padres, a esas horas empezaba el trabajo del día, jornada que culminaba con la caída de los rayos solares vespertinos.
Generalmente los abuelos y los padres se dedicaban a las labores el campo, otros como obreros en el Ingenio Mante, otros más como empleados en los escasos establecimientos comerciales.
Poco después del canto del gallo, algunos sectores de aquel añorado Mante, se estremecían con el estruendo de los motores a petróleo de los viejos molinos de nixtamal. – En la mayoría de aquellos modestísimos hogares mantenses, no había estufa de gas, no había luz eléctrica, menos ventilador, así que para encender el fogón había que traer leña, para iluminar la estancia dormitorio-cocina-sala, había que dotar de petróleo el «aparato» o «mechón», había quienes tenían quinqué.
La verdad a esas horas de la mañana antecediendo a la salida del astro rey, ocasionaba el accionar de todos los seres vivos en cada hogar, los animales domésticos reclamando comida y agua, las mujeres encender el fogón, mandar al molino, batir la masa de maíz, hacer las tortillas, calentar los fríjoles, hacer café, hacer la salsa, para después de atender a padres, marido e hijos, salir a la calle a barrer, recoger la basura y regar el espacio frente a su casa, sinónimo de que en ese lugar había una mujer de verdad.
Apenas clareaba, los que se iban a trabajar emprendían camino llevando el infaltable lonche, porque su regreso a casa era poco después de las seis de la tarde.
La mamá y abuela compartiendo tareas hogareñas, habían alistado a los niños que se iban a la escuela con hora de entrada a las 08:00 y salida a las 12:30 horas, para regresar a las 13:30 y salir a las 18:00 horas, de lunes a viernes, no había desayunos escolares, ni se le obsequiaban libros a nadie, tampoco había transporte escolar, a la escuela, cerca o lejos de casa, se llegaba a pie, con lluvia o sin ella, con frío o calor.
En algunas casas se escuchaba la radio, por cierto le subían el volumen para que los vecinos también disfrutaran de los viejos programas radiofónicos. – De la televisión ni que preguntar qué era eso, el radio funcionaba con pilas y para las 6 o 7 de la noche ya estaban encendidos los «mechones» o quinqués, las calles eran oscuridad completa, en tiempo de lluvia verdaderos lodazales, no había alumbrado público.
Al llegar el fin de semana, preferentemente el domingo, día de fiesta para todos, se asistía a misa a temprana hora, otros a mediodía, otros iban en la tarde, por diversos lugares se veían los grupos de hombres y mujeres (separados, eso sí), platicando entre ellos, mientras, los chicuelos corrían, saltaban, cantaban, reían, discutían entre ellos, pero felices, el día siguiente sería lunes y todo volvería a empezar.
En esos tiempos la palabra de un hombre valía, era su honor el que estaba en juego si faltaba a su palabra, entre casa y casa con los vecinos, no había cercas ni limitantes de ninguna especie, cada quien sabía hasta donde llegaba su propiedad, cualquiera atravesaba uno o varios solares para ir de compras a la tienda, sin problema alguno.
Por las tardes, en esos momentos de descanso después de la faena de trabajo diario, todo mundo se saludaba, con respeto se hablaban por su nombre. – Cuando la necesidad, por enfermedad u otras causas, era necesario salir por la noche o de madrugada, nadie tenía temor de nada, bueno, ni de los perros, porque solo se les hablaba y se tranquilizaban.
En las casas las únicas armas que se conocían eran los machetes, el cuchillo de la cocina, los azadones, el hacha, el talache, la pala, ah y la resortera del chamaco.
Me toco vivir en ese ambiente. – Verdaderamente lo añoro, daría lo que tengo por volver a vivir en aquella paz, en aquel ambiente de gran camaradería, sin temores, ni sobresaltos, con amigos, muchos amigos de la infancia, pero sobre todo, volver a vivir con aquellos seres maravillosos que fueron mi familia y hace muchos años se marcharon para no volver… Hoy vivo atemorizado… NI MODO, HAY QUE DECIRLO…